domingo, 1 de febrero de 2009

Viajeros y aventureros alemanes en Venezuela (Segunda parte)


En ese grupo destaca el geógrafo Wilhelm Sievers, cuya obra contiene valiosas informaciones en el ámbito de la geografía venezolana en las cuales destaca la potencialidad de sus variados recursos físicos y humanos y la oportunidad que ellos representan para la Alemania imperial en plena expansión. Sus viajes y sus dos obras principales fueron, en efecto, financiadas por la Sociedad Geográfica (Geographische Gesellschaft) de Hamburgo. En el caso de Paul Preuss, fue justamente el denominado Comité de Comercio Colonial (Kolonialwirtschaftliches Komitee) quien sufragó el viaje y los gastos de la impresión y distribución de la obra, en verdad muy interesante desde el punto de vista de la visión imperial alemana de la época por cuanto establecía los recursos comparados de los paisajes tropicales africanos y americanos.

Las memorias de los empleados de las casas comerciales tienen otro contenido y finalidades. Su interés principal es ofrecer con sencillez y sin mayores pretensiones un cuadro de la vida en Venezuela en los años de juventud de sus autores. Escritos por lo general en casa, una vez instalados en Alemania, estos recuerdos están ligados a la actividad comercial que sus autores realizaron; estas memorias muestran además, los mejores detalles de la vida interna de las casas comerciales alemanas en el país como también variadísimos aspectos de mentalidades y vida cotidiana venezolana. La gran ventaja de estas descripciones, contrariamente a las de corte científico, es que algunos de sus autores permanecieron muchos años en el país y el tiempo, si no el único bien entendido, es un elemento primordial para comprender, y apreciar en sus diferentes matices, una cultura diferente.

DE LAS ARMAS DE LOS GERMANOS
La lucidez de la percepción alemana del paisaje venezolano tiene diversas aristas. En primer lugar, muchos de los científicos, viajeros en general, y agentes comerciales habían leído con anterioridad la obra de Alexander von Humboldt, base fundamental de aproximación al paisaje a visitar. Algunos la tomaron como una especie de guía de viaje y, por su influencia, recorrieron no pocas veces los mismos lugares que visitara Humboldt en su oportunidad. Los viajeros establecen así, comparaciones con la nueva realidad que observaban, preciosa fuente para establecer los cambios geográficos en el análisis de la geografía histórica. Ese encuentro, no obstante, fue una decepción porque las cosas habían cambiado, no siempre para bien.

Importante también: casi todos los viajeros alemanes tenían conocimientos del español. Algunos tomaron clases antes del viaje, otros lo perfeccionaron en el país. Esta importancia otorgada a la lengua es fundamental en la interpretación de lugar que se visitaba, en particular cuando se trata de opiniones sobre su geografía humana. Dicho de otra manera, gracias al dominio del español, los alemanes mantuvieron en general estrecho contacto con ese otro que aquí habitaba, tan diferente a su mentalidad y manera de ser. Describir y estudiar ríos, montañas, animales o plantas es una cosa, los hombres otra.

La preocupación entonces por aprender el español es típicamente alemana, que se convierte a veces en una obsesión. Viajeros ilustrados como Sievers, dedican algunas líneas para describir su preparación lingüística pues, en su concepto, es necesario cuando uno visita tierra extranjera por lo menos grabar en la mente los principios básicos de la lengua. Sievers agregaba, además, que era falso que en los países de habla hispana pudiese uno desenvolverse con francés o italiano.

Ala inversa, los alemanes aprecian a quienes hablan su lengua porque, ciertamente, ellos conocen muy bien sus dificultades. Era así también en el siglo XIX. Eso lo experimentó en carne propia Federico Chirinos, nombrado Ministro Presidente en Alemania en 1893. Desde su nombramiento, considerada una decisión “espléndida”, la legación imperial de Alemania en Venezuela manifestó su satisfacción porque, entre otras cosas, Chirinos “conoce de modo tan general la lengua alemana”. La correspondencia del ministro desde Berlín, señala también el beneplácito del Secretario de Relaciones Exteriores, cuya acogida “fue muy cordial, sobre todo por hablar yo el alemán”. La entrevista con el Emperador no fue menos placentera. No más empezar – según Chirinos – el monarca le preguntó dónde había aprendido la lengua y en que universidades alemanas había estudiado.

El dominio de la lengua española va incluso más allá. En términos sólo aparentemente económicos, una de las llaves de éxito de las casas comerciales alemanas en Venezuela fue el hecho de que sus representantes, empleados y viajeros comerciales hablasen español; a través de la lengua se familiarizaban con el ambiente, captaban y asimilaban las costumbres locales lo cual les llevaba a comprender, entre otras cosas, la extrema importancia de las relaciones de amistad y compadrazgo en el mundo de los negocios locales. El español entonces era un vínculo fundamental con el otro. Una manera de acercarse a él, de comprenderlo y de complacerlo.

Esta ventaja competitiva la observó muy bien el cónsul estadounidense en Maracaibo, Eugene Plumacher, quien, en 1904, planteaba con cierta desazón que los alemanes hablaban, además de inglés y francés, “Spanish fluently”, lo que obviamente les permitía conocer “all the wants of most of the people in the interior”, ser “personally known to most of the leading men” y, por supuesto, ganarse “the sympathies of the people with whom they have intercourse”. La lengua entonces, entre otros factores, les otorgaba una envidiable “connaissance approfondie des besoins et des possibilités de ce pays”, tal como expresaba un autor francés años más tarde.

Cosas parecidas comentaba también, en 1910, Guy Gilliat-Smith, vicecónsul británico en Caracas, razón por la cual recomendaba a los mercaderes británicos enviar al país “reliable agents with a good knowledge of Spanish and of Southamerican customs and methods”. El
diplomático enfatizaba, además, que los catálogos de productos, aunque estuviesen traducidos, servían muy poco sin agentes que hablasen el idioma. Un año antes otro diplomático inglés acreditado en Caracas, escribía a Londres informando que el comercio alemán había aumentado considerablemente entre 1908 y 1909 por el conocimiento de la lengua de sus agentes a pesar de la competencia de los Estados Unidos, más cerca en todo caso de Venezuela.
Dos de los informes provienen, justamente, de anglosajones, cuyo fuerte no es hablar lenguas extranjeras, producto, como observaba Sievers en el caso inglés, de la arrogancia de ese pueblo insular de pretender que todo el mundo tenía que entender y hablar su lengua. El otro es de un francés, quien expresaba entre líneas la decadencia de la presencia francesa en Venezuela, de lo cual también se quejaba otro galo, al observar que los alemanes – junto a los italianos y españoles – desplazaban del país la “France et sa grandeur”.

No menos importante de este proceso de observación del país, es que los alemanes gozaban de muy buena fama. Considerados talentosos, trabajadores y tenaces, ellos recibieron ayuda local en no pocos momentos. Casi todos los viajeros llegaban a Venezuela con cartas de presentación para familias alemanas y venezolanas, cuyos miembros, no actuaban como simples anfitriones sino como guías y consejeros.
En el caso de los empleados de casas comerciales, éstos eran recibidos por la casa en cuestión e inmediatamente puestos en contacto con el mundo local. Carl Geldner, por ejemplo, no más llegar a La Guaira visita a la familia Blohm y entrega las cartas europeas; lo mismo ocurre cuando llega a Caracas. Tuvo mala suerte al principio, sin embargo, porque “los negocios estaban atravesando por muy mala situación”. No era ese el caso de otros agentes comerciales contratados en Alemania quienes, al abandonar Venezuela después de cumplir sus funciones, podían decir, como fue el caso de H. C. Franzius, en 1891, después de nueve años en Ciudad Bolívar (1882–1891) que se consideraban “ein halber Venezolaner”. El padre de este “mitad venezolano”, había trabajado en el mismo lugar entre 1851 y 1864, lo que desde el momento de su llegada le permitió al hijo tener conocidos y amigos, ya que fue presentado a las familias germano venezolanas locales e introducido al club alemán. Al llegar se encontró con una especie de hogar en la lejanía, y a través de él se introdujo en la vida cotidiana del lugar, alemana y venezolana, sin grandes traumas. Años más tarde, como sucedió en su oportunidad con Louis Glöckler en Hamburgo, Franzius fue nombrado por Cipriano Castro cónsul ad-honorem en la ciudad de Bremen en julio de 1908.

Casos así no eran excepcionales, pero aún sin tener la ventaja de un Franzius, los alemanes por regla general se acomodaban con rapidez a su entorno, asunto que no era así del todo en otros países latinoamericanos donde, según autores como Friedrich Katz, los súbditos alemanes
no sólo “rara vez se asimilaban” sino que “lo más frecuente era que expresaran gran desdén por su nuevo país adoptivo”. Este no fue el caso, en términos generales, en Venezuela.