Algunas reacciones a la aprobación del artículo 44 del nuevo texto constituyente, donde se establece que "el derecho a la vida es inviolable" (y no se aclara que esta inmunidad pesa desde el momento de la concepción), harían pensar que los legisladores están proponiendo que el aborto sea obligatorio en lo sucesivo. Tan encrespadas han sido algunas respuestas y tan perplejos se muestran algunos ante la redacción mencionada que diera la impresión de que en nuestro país nadie ha interrumpido voluntariamente un embarazo, que si esto ha ocurrido muy pocos estaban al corriente y que será la nueva constitución la que fundará la tradición del legrado.
La verdad es que en Venezuela hay mucha hipocresía y mucha disposición para salir en plan "adalid de la justicia" sin tomar en cuenta esa minucia que es la realidad. Y la realidad apunta a que, aún cuando está vigente la penalización del aborto, en Venezuela se interrumpen los embarazos en cifras que el Estado ignora pero que son tan elevadas que constituyen un problema de salud pública. La propia viceministra de Salud, Ana Elisa Osorio, ha afirmado que alrededor de 20% de las muertes de mujeres paridas se deben a sepsis producto de abortos chapuceros. Esto significa que no llevamos la cuenta de los abortos que se realizan diariamente en el país... pero sí de los decesos que su práctica marginal produce. Esto significa, pues, que por un lado van las leyes y los discursos de los legisladores y de los indignados... y por el otro, muy otro, va la realidad, ese carromato cargado de abortos clandestinos, mujeres desangradas, abortos en clínicas, mujeres anestesiadas, abortos perpetrados con tenedores oxidados... mujeres muertas.
En Venezuela se está abortando con ley, sin ley, con discursos y sin discursos. No es un artículo de la Constitución ni una frase fotogénica los que van a interrumpir lo que ya es un ejercicio cotidiano. Eso no lo están inventado los legisladores ni lo van a detener los denunciantes. Y también salen sobrando las monsergas de algunos que se creen propietarios exclusivos del denuesto contra el aborto. La verdad es que el aborto no es un acto de vandalismo sino de desesperación, de dolor, de espanto. A todos nos horroriza el aborto (a las mujeres más, por cierto, dado que el roto, la estampida nocturna, la nana del aullido, el nudo en la garganta obran en nuestro cuerpo. Solamente en el cuerpo de la mujer... no en el rictus que desaprueba, no en el índice que acusa, no en el puchero del escándalo).
El aborto es el horror. El horror muchas veces transitado, convengamos pues. Y también es un negocio. En eso tienen razón quienes acusan a la Constitución de abrir una hendija al horror. Cuando no se realiza en el ámbito de los métodos caseros, de la ferretería de la improvisación y de la mesa del comedor, el aborto es un negocio. Como son un negocio el nacimiento, la muerte y casi todos los Sacramentos. Cuando no se procede con tijeras, con ganchos de ropa y con unos trapos viejos, el aborto es un negocio. Como lo son los partos en las clínicas, los ritos del adiós en las funerarias y la panoplia de la celebración en los bautizos y en las bodas. Tremendo negocio. En dinero y en figuración.
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