Estas navidades me han regalado varios libros sobre historia de Alemania y de Venezuela. Me encanta la historia. Y me ha gustado mucho el trabajo del profesor Jose Angel Rodriguez sobre "Venezuela en la mirada alemana (paisajes reales e imaginarios en Louis Glöckler,
Carl Geldner y Elisabeth Gross, 1850–1896)" publicado en Caracas hace 8 años. Pero no había tenido oportunidad de leerlo hasta ahora.
No hay rincón de Venezuela donde los visitantes extranjeros no hayan puesto su pie y mirada en el siglo XIX. Es por ello, que sus testimonios escritos y gráficos son tan importantes para los estudios históricos en Venezuela. Son ellos una parte vital de nuestro pasado, en particular del siglo XIX, cuyas fuentes históricas están dispersas y existen vacíos de información considerables, sea por la acción del fuego de montoneras y revoluciones sobre el papel en su momento, cuando no por pérdidas posteriores, resultado de otras intervenciones sobre nuestra memoria escrita.
En los testimonios de los viajeros los paisajes venezolanos se abren ante el lector contemporáneo, y en particular para el estudioso del pasado, con diversas formas, colores y sabores: descripciones físicas y climáticas, los matices regionales de la vida cotidiana, costumbres y mentalidades. De esta manera, a través de las diversas texturas de su palabra, recorremos con ellos caminos polvorientos, ríos caudalosos, mares tormentosos, montañas empinadas, valles en hondonadas profundas, llanos altos y bajos, ciudades de madera, de cal y piedra, paisajes de cacao, café, añil, algodón, paisajes azucarados, como los valles de Aragua, o salobres como las montañas de Araya frente a Cumaná.
ALEMANES DEL ASOMBRO
Entre los visitantes decimonónicos (que suman alrededor de 200) han sido los alemanes los más acuciosos de nuestra geografía física y humana. La lista es larga, ciertamente, pero sólo citamos de quienes hemos leído al menos una de sus obras. Entre otros podríamos señalar a Karl Moritz, auténtico explorador de flores e insectos, quien llegó a Venezuela en 1835 y murió en la olonia
Tovar en 1866, Robert Schomburgk, geógrafo al servicio de la Sociedad Geográfica de Londres, quien viajó por el sur del territorio entre 1835 y 1839, y cuyas líneas cartográficas casi acaban con la Guayana venezolana. Más amable fue Ferdinand Bellermann, pintor de paisajes vegetales y urbanos entre 1842 y 1845 o Louis Glöckler quien desarrolló una intensa labor a favor de la imagen de Venezuela en Alemania y por la inmigración de alemanes a Venezuela.
No menos importantes son Hermann Karsten, botánico y geólogo de pie incansable quien visitara gran parte del territorio venezolano entre 1844 y 1847, y luego entre 1848 y 1852, y Franz Engel, viajero entre 1855 y 1857, conocedor de guajiros, de palmeras y orquídeas. ¿Cómo olvidar al zoólogo, botánico y dibujante Karl Ferdinand Appun, quien vivió una década en Venezuela, entre 1849–1859, descubriendo plantas, paisajes y hombres, a Anton Goering, Friedrich Gerstäcker o a Carl Sachs?
Otros viajeros son, por desgracia, menos conocidos. Es el caso del geógrafo Wilhelm Sievers cuya importante obra sobre Venezuela está todavía por traducir. Sievers constituye, en ese sentido, después de Humboldt y Codazzi, el geógrafo más importante que pisara tierra venezolana en el siglo pasado tanto por su legado escrito como cartográfico. Otro viajero de excelencia académica fue Paul Preuss, en su época director del Jardín Botánico de Camerún, quien vino brevemente a Venezuela en 1899 e hizo estudios comparativos de las tierras tropicales americanas y africanas en base de los cultivos de la caña de azúcar, el café y, de manera particular, el cacao.
Otra visita corta, pero no por ello menos sugestiva, la hizo a fines de siglo Ernst von Halle, agudo observador de la vida cotidiana y cuyo testimonio fue publicado por un importante diario hamburgués. Con una vivencia muy diferente en Venezuela, el maestro de escuela Theodor Messerschmidt dejó también su testimonio de 6 años de trabajo en los Andes venezolanos. En el Estado Táchira permaneció desde 1886 hasta 1892 y fue allí el director de una escuela normal enSan Cristóbal. Al regresar a Hamburgo, se dedicó allí a la docencia y fundó en la localidad de Altona una academia de lenguas y comercio, la cual rebautizó con el nombre de “Presidente Gómez de Venezuela” el 19 de abril de 1927.
En los testimonios de los viajeros los paisajes venezolanos se abren ante el lector contemporáneo, y en particular para el estudioso del pasado, con diversas formas, colores y sabores: descripciones físicas y climáticas, los matices regionales de la vida cotidiana, costumbres y mentalidades. De esta manera, a través de las diversas texturas de su palabra, recorremos con ellos caminos polvorientos, ríos caudalosos, mares tormentosos, montañas empinadas, valles en hondonadas profundas, llanos altos y bajos, ciudades de madera, de cal y piedra, paisajes de cacao, café, añil, algodón, paisajes azucarados, como los valles de Aragua, o salobres como las montañas de Araya frente a Cumaná.
ALEMANES DEL ASOMBRO
Entre los visitantes decimonónicos (que suman alrededor de 200) han sido los alemanes los más acuciosos de nuestra geografía física y humana. La lista es larga, ciertamente, pero sólo citamos de quienes hemos leído al menos una de sus obras. Entre otros podríamos señalar a Karl Moritz, auténtico explorador de flores e insectos, quien llegó a Venezuela en 1835 y murió en la olonia
Tovar en 1866, Robert Schomburgk, geógrafo al servicio de la Sociedad Geográfica de Londres, quien viajó por el sur del territorio entre 1835 y 1839, y cuyas líneas cartográficas casi acaban con la Guayana venezolana. Más amable fue Ferdinand Bellermann, pintor de paisajes vegetales y urbanos entre 1842 y 1845 o Louis Glöckler quien desarrolló una intensa labor a favor de la imagen de Venezuela en Alemania y por la inmigración de alemanes a Venezuela.
No menos importantes son Hermann Karsten, botánico y geólogo de pie incansable quien visitara gran parte del territorio venezolano entre 1844 y 1847, y luego entre 1848 y 1852, y Franz Engel, viajero entre 1855 y 1857, conocedor de guajiros, de palmeras y orquídeas. ¿Cómo olvidar al zoólogo, botánico y dibujante Karl Ferdinand Appun, quien vivió una década en Venezuela, entre 1849–1859, descubriendo plantas, paisajes y hombres, a Anton Goering, Friedrich Gerstäcker o a Carl Sachs?
Otros viajeros son, por desgracia, menos conocidos. Es el caso del geógrafo Wilhelm Sievers cuya importante obra sobre Venezuela está todavía por traducir. Sievers constituye, en ese sentido, después de Humboldt y Codazzi, el geógrafo más importante que pisara tierra venezolana en el siglo pasado tanto por su legado escrito como cartográfico. Otro viajero de excelencia académica fue Paul Preuss, en su época director del Jardín Botánico de Camerún, quien vino brevemente a Venezuela en 1899 e hizo estudios comparativos de las tierras tropicales americanas y africanas en base de los cultivos de la caña de azúcar, el café y, de manera particular, el cacao.
Otra visita corta, pero no por ello menos sugestiva, la hizo a fines de siglo Ernst von Halle, agudo observador de la vida cotidiana y cuyo testimonio fue publicado por un importante diario hamburgués. Con una vivencia muy diferente en Venezuela, el maestro de escuela Theodor Messerschmidt dejó también su testimonio de 6 años de trabajo en los Andes venezolanos. En el Estado Táchira permaneció desde 1886 hasta 1892 y fue allí el director de una escuela normal enSan Cristóbal. Al regresar a Hamburgo, se dedicó allí a la docencia y fundó en la localidad de Altona una academia de lenguas y comercio, la cual rebautizó con el nombre de “Presidente Gómez de Venezuela” el 19 de abril de 1927.
Las memorias de viajeros comerciales no dejan de ser valiosas. Entre ellos, tenemos las de Carl Geldner, obra hasta hace poco desconocida en Venezuela porque su libro no había sido traducido, las de H. C. Franzius, trabajador infatigable que ilustra con su palabra aspectos de su vivencia en Ciudad Bolívar y Colombia entre 1882 y 1891, o las de Elisabeth Gross, auténtica cronista de la vida cotidiana alrededor de la casa Blohm en Maracaibo entre 1883 y 1896.
Otras dos mujeres alemanas se distinguen: Julia Bornhorst, cuyo relato, posterior al de Gross, que acompaña con magníficas acuarelas, se ubica en el paisaje urbano marabino en plena transformación de la economía agroexportadora del café a la del petróleo y Maria Leitner
quien, en 1932, visita algunos lugares en el país, de manera especial Maracaibo, la nueva gran ciudad del reino del petróleo. Igualmente importantes para la reconstrucción de los paisajes andinos tachirenses son las memorias de Heinrich Rode, quien llegó al Táchira en 1880 y
permaneció por muchos años entre Hamburgo, Cúcuta, Maracaibo y San Cristóbal hasta su muerte en Venezuela en 1936. O Otto Bürger, cuyos trabajos contienen valiosas anotaciones sobre la vida económica venezolana entre fines del XIX y comienzos del XX.
En la primera mitad del siglo XX, la afluencia de viajeros alemanes a Venezuela es mucho menos intensa que en el siglo anterior. No obstante, es necesario mencionar al menos a tres. En primer lugar tenemos a Theodor Koch-Grünberg, estudioso de la biología como de la lingüística y costumbres de las comunidades indígenas entre Venezuela y Brasil entre 1909 y 1913, a Wilhelm Georgi, cuyas anotaciones sobre Maracaibo y los Andes venezolanos en las postrimerías de la economía del café y auge del petróleo constituyen una de las pocas memorias ubicadas en la gran época de cambios que sufrió Venezuela de la economía agroexportadora a la minera, y Wilhelm Erich Voigt, más interesado en cuestiones sociales y de etiqueta de la sociedad venezolana a comienzos de la década de 1940.
Hemos mencionado anteriormente, en un repaso somero, a 24 viajeros que dejaron sus variados testimonios sobre el país que vieron en un determinado momento del pasado. Ninguno de ellos, ciertamente, es tan famoso como Alexander von Humboldt, sin lugar a dudas el viajero científico par excellence. Tampoco ninguno dejó una obra tan extensa sobre la geografía cultural venezolana, pero esas razones no quitan mérito a sus trabajos, algunos de ellos de gran profundidad temática, producto muchas veces de largos años de permanencia en Venezuela. Ahora bien, a los alemanes en cuestión habría que dividirlos al menos en dos grupos: los viajeros propiamente dichos, y que comprende desde científicos hasta aventureros, de larga, mediana y corta permanencia en el país, y los empleados de casas comerciales. Otro grupo espera un análisis específico: se trata de los asesores y agregados militares alemanes, que redactaron amplios informes sobre Venezuela, los cuales están depositados en varios archivos alemanes que no hemos todavía consultado.
El primer grupo ha sido considerado por los historiadores que utilizan sus testimonios, como el de los viajeros propiamente dichos. Ellos vinieron por razones muy específicas y, en términos generales, permanecieron en Venezuela unos cuantos meses, a veces algunos años. Sus intereses son variados y sus trabajos fueron en ocasiones financiados por prestigiosas asociaciones científicas alemanas, algunas muy interesadas en investigar las oportunidades de la expansión comercial alemana en ultramar.